Hola Lindura:
Cuando leas esto ya será
San Valentín, yo te escribo cada día versos, no los publico todos
porque si no cuando vieras los libros ya los tendría leídos, como
sabes no puedo estar a tu lado para darte un ramo de flores, ni para
invitarte a cenar, ni para abrazarte, ni siquiera para robarte un
beso...
Así que no puedo hacer
otra cosa de momento sino escribirte, pero hoy es un día especial y
no podía escribir solo un poema, así que decidí que mi regalo
sería un relato corto, no puedo demostrarte en persona lo que siento
pero, como decían los antiguos maestros latinos, uno escribe como
es...
Desde un lugar bien
remoto, no muy lejano a ninguna parte,
se despide con un sentido
beso, por tu amor siempre nacido,
este hombre que no puede
ni quiere, dejar nunca de amarte.
P..T..
El arcabucero y la dulce
habanera.
Erase una vez que se era,
en un país no tan lejano, una joven doncella que habitaba su mundo
sin saber lo que el destino le tenía deparado...
Su belleza poco común
quedaba profusamente realzada por su límpida mirada, el cabello
dorado refulgía bajo la sombrilla que trataba de protegerla del sol
de justicia que caía sobre el malecón habanero, el vestido
entallado resaltaba sus encantos a cada grácil movimiento, el
conjunto era simplemente arrebatador.
La acompañaban una mujer
de similar prestancia y par de zagales que no dejaban de enredar
entre los puestos que ofertaban las mercancías más dispares que un
viajero pudiera imaginar, de pronto se escuchó un grito harto
conocido, al ladrón; nuestra dama pudo comprobar como uno de los
mozalbetes corría cual alma que lleva el diablo.
En su huida tropezó con
un oficial español que lo atenazó con garra de hierro, a pesar de
las patadas y chillidos del zagal, el comerciante llegó y le
arrebató una malanga de sus pequeñas manos, las mujeres y el otro
muchacho llegaron en ese instante, el arcabucero fijó su mirada en
la dama y soltó al instante a su prisionero, su boca quedó abierta
sin percatarse pues estaba absorto en los ojos de la doncella.
Ella en un tono pausado
le agradeció que liberara a su sobrino, el gallego no podía
articular palabra, si antes ya estaba cautivado por esa belleza, su
dulce voz lo hechizó sin remisión, fue tal la ofuscación del
hombre que le impidió articular palabra alguna, ella se despidió
con una graciosa inclinación y prosiguió su camino con elegancia
suma y con un contoneo que hipnotizaría hasta el más bravo
mosquetero de su majestad.
Un empujón lo sacó de
su trance y al grito de señorita, señorita, salió con el alma
asomando por las fauces tras la estela de piropos que el paseo iba
dejando tras ella, cuando la alcanzó le rogó que le dijera su
nombre y recibió por respuesta una sonrisa, el rogó y suplicó pero
la contestación seguía siendo la misma, sin darse por vencido, la
continuó interpelando hasta que una calesa la recogió y el
desesperado, le gritó, no descansaré hasta conocer el nombre de la
mujer más linda de la isla, el eco de los cascos de los equinos
ahogó toda posibilidad de escuchar una respuesta.
El arcabucero se caló su
sombrero y recolocó su espada, comenzó a preguntar a todos los
comerciantes por la identidad de la sin par dama, sus esfuerzos
fueron infructuosos hasta que un ciego lo llamó, jovenzuelo, si mi
oído no me engaña viene usted de ultramar donde los doblones son de
oro, tras un intercambio furtivo, el invidente le dio razón del
calesero que le facilitaría la información, esperanzado marchó
hacia la dirección indicada.
El lugar resultó ser una
taberna en donde el ron corría por doquier y las mujeres eran muy
complacientes, abriéndose paso entre el alborozo reinante se acercó
hasta la mujer que servía las cantaras e inquirió por el cochero,
hasta que una moneda no paso por la ranura de su escote, en un ágil
gesto que le recordó a una alcancía, no le contó que su búsqueda
había acabado pues su marido volvería en un rato.
Con una jarra a su vera y
tras colocar la tizona sobre la mesa en inequívoco signo de que no
quería ser molestado, sacó de su jubón una pluma, un tintero y un
pergamino, comenzando de inmediato a escribir de forma desenfrenada,
tan obcecado estaba en su labor que solo levantó la vista cuando la
jarra desapareció de su visión.
Frente a él se
encontraba el hombre que había guiado el carruaje, estuvieron
conversando un rato pausadamente, su interlocutor vació tres jarras
mientras el arcabucero terminaba de escribir, tras dejar que la tinta
se secara, lo enrolló y se lo pasó al hombre, cuando hubieron
acordado la cantidad, el conductor dio palabra de honor que su
mensaje sería entregado, sabiendo que solo Dios podía asegurarle de
que fuera así, se encomendó al Altísmo mientras partía hacia el
puerto donde se embarcó en su nao.
Al día siguiente el
calesero fue a buscar a sus señoras, tras el habitual paseo por el
malecón, las recogió y al ayudar a bajar a la más joven de ellas,
le tendió el pergamino que la otra guardó diestramente entre los
pliegues de su parasol al cerrarlo, ya en sus aposentos pudo leer con
trémula mano.
Una celestial visión
privome de mi razón al contemplar,
a la más linda habanera
que hombre jamás pudo admirar,
en esa mi ofuscación
perdí la oportunidad de poder decir,
cuan honda fue la
impresión que a mi corazón hizo sentir.
No tuvimos la ocasión
formalmente podernos presentar,
más eso no quita para
que aún lo venga presto a desear,
pero hete aquí que en mi
nao debo hoy obligado partir,
mientras siento que no
puede ser mayor este gran sufrir.
Porque aunque mi palabra
yo a mi Rey he empeñado,
y no me queda ningún
remedio sino cumplir con ella,
he de confesarle sin
rubor que de vos quedé prendado.
Así cuando aqueste mi
cometido haya por fin acabado,
retornaré para pedir la
mano de la habanera más bella,
y como desconozco su
nombre yo lindura la he llamado.
La dama exhaló un
inacabable suspiro, mientras apretaba contra su pecho las letras que
la habían tan profusamente emocionado, llenando un vaso de agua se
la llevó a la imagen que reposaba junto a la palangana, se quitó el
jazmín que orlaba su cabello, lo aprestó a los pies de la figura y
le dio la vuelta dicendole muy bajito...
Toma mi humilde ofrenda
San Antonio bendito,
pero recuerda tu que al
revés te quedas puestito,
hasta retornarme a este
caballero como maridito.
P..T..
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