martes, 14 de febrero de 2012

El arcabucero y la dulce habanera.


Hola Lindura:

Cuando leas esto ya será San Valentín, yo te escribo cada día versos, no los publico todos porque si no cuando vieras los libros ya los tendría leídos, como sabes no puedo estar a tu lado para darte un ramo de flores, ni para invitarte a cenar, ni para abrazarte, ni siquiera para robarte un beso...



Así que no puedo hacer otra cosa de momento sino escribirte, pero hoy es un día especial y no podía escribir solo un poema, así que decidí que mi regalo sería un relato corto, no puedo demostrarte en persona lo que siento pero, como decían los antiguos maestros latinos, uno escribe como es...

Desde un lugar bien remoto, no muy lejano a ninguna parte,
se despide con un sentido beso, por tu amor siempre nacido,
este hombre que no puede ni quiere, dejar nunca de amarte.
P..T..



El arcabucero y la dulce habanera.


Erase una vez que se era, en un país no tan lejano, una joven doncella que habitaba su mundo sin saber lo que el destino le tenía deparado...

Su belleza poco común quedaba profusamente realzada por su límpida mirada, el cabello dorado refulgía bajo la sombrilla que trataba de protegerla del sol de justicia que caía sobre el malecón habanero, el vestido entallado resaltaba sus encantos a cada grácil movimiento, el conjunto era simplemente arrebatador.

La acompañaban una mujer de similar prestancia y par de zagales que no dejaban de enredar entre los puestos que ofertaban las mercancías más dispares que un viajero pudiera imaginar, de pronto se escuchó un grito harto conocido, al ladrón; nuestra dama pudo comprobar como uno de los mozalbetes corría cual alma que lleva el diablo.

En su huida tropezó con un oficial español que lo atenazó con garra de hierro, a pesar de las patadas y chillidos del zagal, el comerciante llegó y le arrebató una malanga de sus pequeñas manos, las mujeres y el otro muchacho llegaron en ese instante, el arcabucero fijó su mirada en la dama y soltó al instante a su prisionero, su boca quedó abierta sin percatarse pues estaba absorto en los ojos de la doncella.

Ella en un tono pausado le agradeció que liberara a su sobrino, el gallego no podía articular palabra, si antes ya estaba cautivado por esa belleza, su dulce voz lo hechizó sin remisión, fue tal la ofuscación del hombre que le impidió articular palabra alguna, ella se despidió con una graciosa inclinación y prosiguió su camino con elegancia suma y con un contoneo que hipnotizaría hasta el más bravo mosquetero de su majestad.

Un empujón lo sacó de su trance y al grito de señorita, señorita, salió con el alma asomando por las fauces tras la estela de piropos que el paseo iba dejando tras ella, cuando la alcanzó le rogó que le dijera su nombre y recibió por respuesta una sonrisa, el rogó y suplicó pero la contestación seguía siendo la misma, sin darse por vencido, la continuó interpelando hasta que una calesa la recogió y el desesperado, le gritó, no descansaré hasta conocer el nombre de la mujer más linda de la isla, el eco de los cascos de los equinos ahogó toda posibilidad de escuchar una respuesta.

El arcabucero se caló su sombrero y recolocó su espada, comenzó a preguntar a todos los comerciantes por la identidad de la sin par dama, sus esfuerzos fueron infructuosos hasta que un ciego lo llamó, jovenzuelo, si mi oído no me engaña viene usted de ultramar donde los doblones son de oro, tras un intercambio furtivo, el invidente le dio razón del calesero que le facilitaría la información, esperanzado marchó hacia la dirección indicada.

El lugar resultó ser una taberna en donde el ron corría por doquier y las mujeres eran muy complacientes, abriéndose paso entre el alborozo reinante se acercó hasta la mujer que servía las cantaras e inquirió por el cochero, hasta que una moneda no paso por la ranura de su escote, en un ágil gesto que le recordó a una alcancía, no le contó que su búsqueda había acabado pues su marido volvería en un rato.

Con una jarra a su vera y tras colocar la tizona sobre la mesa en inequívoco signo de que no quería ser molestado, sacó de su jubón una pluma, un tintero y un pergamino, comenzando de inmediato a escribir de forma desenfrenada, tan obcecado estaba en su labor que solo levantó la vista cuando la jarra desapareció de su visión.

Frente a él se encontraba el hombre que había guiado el carruaje, estuvieron conversando un rato pausadamente, su interlocutor vació tres jarras mientras el arcabucero terminaba de escribir, tras dejar que la tinta se secara, lo enrolló y se lo pasó al hombre, cuando hubieron acordado la cantidad, el conductor dio palabra de honor que su mensaje sería entregado, sabiendo que solo Dios podía asegurarle de que fuera así, se encomendó al Altísmo mientras partía hacia el puerto donde se embarcó en su nao.

Al día siguiente el calesero fue a buscar a sus señoras, tras el habitual paseo por el malecón, las recogió y al ayudar a bajar a la más joven de ellas, le tendió el pergamino que la otra guardó diestramente entre los pliegues de su parasol al cerrarlo, ya en sus aposentos pudo leer con trémula mano.


Una celestial visión privome de mi razón al contemplar,
a la más linda habanera que hombre jamás pudo admirar,
en esa mi ofuscación perdí la oportunidad de poder decir,
cuan honda fue la impresión que a mi corazón hizo sentir.

No tuvimos la ocasión formalmente podernos presentar,
más eso no quita para que aún lo venga presto a desear,
pero hete aquí que en mi nao debo hoy obligado partir,
mientras siento que no puede ser mayor este gran sufrir.

Porque aunque mi palabra yo a mi Rey he empeñado,
y no me queda ningún remedio sino cumplir con ella,
he de confesarle sin rubor que de vos quedé prendado.

Así cuando aqueste mi cometido haya por fin acabado,
retornaré para pedir la mano de la habanera más bella,
y como desconozco su nombre yo lindura la he llamado.


La dama exhaló un inacabable suspiro, mientras apretaba contra su pecho las letras que la habían tan profusamente emocionado, llenando un vaso de agua se la llevó a la imagen que reposaba junto a la palangana, se quitó el jazmín que orlaba su cabello, lo aprestó a los pies de la figura y le dio la vuelta dicendole muy bajito...


Toma mi humilde ofrenda San Antonio bendito,
pero recuerda tu que al revés te quedas puestito,
hasta retornarme a este caballero como maridito.

P..T..















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